lunes, 13 de abril de 2009

De la mano con la soledad

Las ropas viejas derraman
sus últimas gotas
de un secado vacío, largo
al sol se desparraman
sus partículas
marcando su solemne sombra
en un piso desierto
inundado de cenizas
y colillas de cigarrillos

En la intemperie
la soledad muta en sus rincones,
los ecos de una ciudad agitada
envueltos en colectivos y autos
y, algún que otro avión
lejano en su flote

La fortuna de ser alguien
pegada al pisos de cemento
desparramado por una terreza desecha,
ahí, en las sombras, un acto genuino.

¿Por qué intentar encajar
cuando se nace para destacar?

Ahí, es cuando el tender
toma voracidad, con tan solo
una gota de presencia
sacudiéndose
de un lado a otro
liberando una brisa inconclusa,
envenenada y agria
que, en su fondo, está hueca,
sin nada

La voz de la soledad
me acompaña a reflexionar
en una ciudad de caminos poblados
de gente apurada

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